29 de junio
La obra que estoy escribiendo ahora, la guerra en Medio Oriente, libros de caballerías y sabrá Dios.
He estado escribiendo la obra casi todos los días. He acudido a mi cita con el dibujo diariamente. Entré a clases de salsa, lucha y estiramiento. Ejercicio día sí y día también. Estoy cocinando y comiendo en casa para todas mis meriendas. Si salgo a cenar es solo un par de veces a la semana. A veces me tomo algún trago sin alcohol en algún lugar favorito. Uno y listo. Sin alcohol.
Estoy ahorrando dinero. Me preocupa un poco la temporada baja, pues mi única fuente de ingresos en estos momentos son los negocios donde he invertido mi dinero. Ya veremos dijo el ciego. Dios dispone. La abundancia nos bendecirá siempre, certeza inamovible. Desde inicios de junio limité mi consumo de marihuana a cuando estoy escribiendo. Pornografía, solo fines de semana.
Permanentemente pienso en la obra. Si recuerdo un sueño que puede ir a la obra, va a la obra. Si encuentro una cita que puede ir a la obra, va a la obra. Una conversación, una idea, un apunte. Todo lo que puede ir a la obra, va a la obra. Más tarde, a principios de agosto, haré una criba, una poda antes de imprimir el primer manuscrito que quisiera darle a leer a mis padres cuando vengan a visitarme en agosto. Por ahora la obra es un vaso sin límites. No tiene principio ni fin y todo lo abarca. Estoy buscando la voz del narrador omnisciente. No sé quién es. Pienso en él como una fuerza del cosmos o posiblemente como la voz de la eternidad. En un inicio sería frío y distante, ahora está siendo reflexivo y paciente. No me decido. Tampoco es que yo tenga que decidir. Lo decidirá la obra. Dios dispone. En ocasiones pienso que el punto de vista de cada personaje tendrá su propio narrador o su propia forma de narración. Quisiera jugar con la polifonía, muchas voces contando una misma historia, seguramente contradictoria. Mientras estas y otras ideas rondan por mi cabeza, yo sigo escribiendo, elaborando pasajes, editando lo ya escrito, ingeniando ideas e investigando. Escribo. Escribo. Cuando no escribo la obra, escribo estas entradas. Estoy muy emocionado con la obra. Tenía mucho tiempo sin sentirme así de inspirado. Será que la obra es, por ahora, uno de los pilares que le dan sentido a mi existencia. Será que en realidad llevo largos años queriendo hacer una obra sobre este tema y ahora, por algún motivo, se presenta la ventana perfecta. Sabrá Dios.
Lo que sí es que he estado muy clavado en estos procesos, sin apenas tiempo o ganas de enterarme de lo que sucede más allá de mi realidad más inmediata, la que puedo palpar, ver y sentir. Vivo en una burbuja. No una burbuja social, sino imaginaria. Me siento más solo que si estuviera chiflando en una loma. Aunque de cuando en cuando que salgo más allá de mi jardín y me encuentro a alguien, algún amigo, algún colega y siento ese cariño, ese calorcito humano que tan bien nos sienta, estemos o no en encierro creativo. La compañía de la que me siento rodeado son los relatos de los libros. Los sitios, hechos y personajes históricos que hoy son sombra, polvo, fantasmas y que es como si me acompañasen, estuviesen aquí reunidos conmigo charlando, contándome sus secretos, diciéndome mira Jerónimo, porqué no coges ese papel de ahí y anotas lo que te voy a decir, te va a interesar. Por momentos es desorientadora esta proximidad con lo imaginario y esta distancia respecto a lo real.
Recién ayer, en una llamada, mis padres me pusieron al tanto de la situación en Medio Oriente. Llevaba dos semanas desconectado de las noticias. Lo último que supe al respecto fue que Israel había bombardeado por primera vez en muchos años a Irán. Hasta ahí me quedé y no le dí seguimiento. Desde entonces no sabía qué había pasado. Y honestamente, incluso tras la conversación con mis padres, sigo sin saber. Solo entendí que la cosa se está complicando y que todo el mundo está alerta. Para variar. Aquello en lo que pones tu atención, se expande.
Durante mucho tiempo los respeté, no a los israelíes, sino a los medios que cubrían la guerra. Que sería como decir, casi todos los medios. Pero ahora los considero pilar central de la maquinaria de la muerte y la destrucción del mundo. Siempre prestos a vender la alarma, el acabóse, el sálvese quien pueda y el armagedón. Ocultando lo tendencioso de su perspectiva bajo el manto de la imparcialidad, el sentido común y la racionalidad. Lo único imparcial, racional y de sentido común que se puede decir acerca de la guerra es que es un despropósito. Toda guerra es un despropósito. La guerra es la actividad más ociosa de la humanidad. Aunque eso, sí, la guerra vende. Y de hecho la obra que estamos escribiendo se trata sobre una guerra, cruel, brutal. Con su buena dosis de drama, llanto, derrotas, reveses, partidos remontados en el tiempo extra, violaciones, descalabros, más sangre que Tarantino y una forma de escribirla que es un túnel oscuro que, por alguna razón que no has hecho consciente, te invita a recorrerlo, aún sabiendo que el paseo será violento. Con todo, la diferencia de la obra es que en la obra no hay buenos ni malos. Como no hay buenos ni malos en la guerra. Lo único que hay es gente que sufre. Y algunos sufren ahora y otros sufrirán después, pero en el juicio final de los tiempos, todos van a sufrir. Quien a hierro mata a hierro muere.
Dice Cervantes que a al Quijote se le secó el cerebro de tanto leer novelas de caballerías. Y Santa Teresa de Jesús confesó que cuando era joven se aburría si no leía esos vanos tratados. Ignacio de Loyola pidió libros de caballerías para pasar su convalecencia tras perder una pierna en la batalla. Y luego fundó la orden de los Jesuitas, milites christi, soldados de Cristo, calca real y religiosa de los blancos caballeros errantes que tanto le comieron la cabeza cuando era soldado.
En ocasiones me pregunto si no será que a mi también se me está secando el cerebro. Cuando me importan más las guerras de hace quinientos años que las de hoy mismo en el mundo. Sabrá Dios. Me pregunto también si acaso esta entrada debía ir a la obra. Sabrá Dios.
Jerónimo.
Post scriptum:
El título tentativo de la obra es «Hijos de la chingada», no solo porque expresa bien el talante de todos los hijos de puta que se vinieron a este lado del mundo a romper cabezas, saquear el oro y violar mujeres, sino también porque retoma el concepto de la chingada que elabora Octavio Paz en El laberinto de la soledad. La chingada, la india violada, la madre nativa del hijo bastardo de un español anónimo, la mujer a la que se chingaron y dejaron. Un eco de otros tiempos que sigue resonando en el México de hoy en día, donde la figura del padre ausente sigue siendo un personaje común. Al proyecto que estoy desarrollando he decidido llamarle la obra porque las etiquetas de libro, novela o ensayo no le harían justicia. No la escribiremos pensando en ningún género, sino en todas las posibilidades que ofrece no solo la literatura, sino el medio impreso en general. La «obra» es un concepto lo suficientemente indeterminado como para abarcar cualquier posibilidad. En fin. Sabrá Dios.
Hola! No sé si ya leíste “El camino del artista” de Julia Cameron. Me recuerda un poco este camino de disciplina y enfoque que estás tomando.